Estas palabras del apóstol Pablo o dicho de otra manera por el Espíritu Santo son maravillosas para nosotros los cristianos. Aquí se nos habla de la seguridad para entrar a la misma presencia del Dios Altísimo Creador y Padre nuestro ¡aleluya!
El tema a tratar en esta mañana es la seguridad que debemos tener todos los que hemos sido hecho cercanos al Padre Eterno; mediante la fe en Jesucristo su Hijo y nuestro Señor. A esta seguridad el Espíritu Santo llama “ancla firme” es decir que metafóricamente se nos considera una embarcación la cual necesita ser sujetada para no naufragar.
El ancla firme de la que nos habla nuestra lectura inicial no es otra que las promesas y juramentos hechos por el mismo Dios de cumplirlas. Promesas que se cumplieron a cabalidad y perfección en Jesucristo nuestro Señor como así nos enseña el Espíritu Santo en: 2 Corintios 1:20 “porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios.”
Lo maravilloso de lo que leemos en la porción de la carta a los hebreos es que se nos dice que dado a que es imposible que Dios mienta y no solamente esto sino que juró por sí mismo cumplir con ello, ahora podemos tener la confianza de acudir en cualquier momento y lugar al lugar santísimo.
¿Por qué esto es tan importante para nosotros? La respuesta la encontramos en: Levíticos 16:2 [NVI] “Dijo el Señor a Moisés: «Dile a tu hermano Aarón que no entre a cualquier hora en la parte del santuario que está detrás de la cortina, es decir, delante de la tapa que está sobre el arca, no sea que muera cuando yo aparezca en la nube por encima de la tapa del arca.” Pero ahora por la fe en Jesús, sí que podemos entrar en todo tiempo y cualquier lugar a ese lugar de comunión con el Padre. Así que no ya no hay que esperar que aparezca alguien a socorrerme, a ayudarme a guiarme al Padre; porque ese alguien ya vino y está en nosotros en la forma del Espíritu Santo por haber creído en Jesús el Hijo de Dios.
¿por qué en la forma del Espíritu Santo? Jesús lo reveló diciendo: Juan 4:23-24 “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. 24_ Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.” Y gracias a que Dios no miente y ha cumplido su promesa de enviar al Espíritu Santo, ahora podemos caminar y hablar con Él en todo tiempo y lugar ¡Aleluya!
Pero esto es solo una parte de lo que revelaba nuestra escritura inicial. La parte que sigue es a la que más debemos prestar atención y es que esas promesas y juramento de Dios nos mantengan firmes como un ancla en su presencia.
En Jeremías 17:7-8, leemos esto: “Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová. 8_ Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto.”
Al igual que en la carta a los hebreos se dice de un “ancla”, aquí se nos habla de estar “plantado” la particularidad o la singularidad de estas dos expresiones es que señalan un estado de quietud y reposo. Totalmente diferente a lo común y corriente, y no solamente eso, sino que también señalan algo constante.
Ahora bien el punto es este. Como dije al principio al hablar de ancla es que somos embarcaciones, barcos metafóricamente. Y como todo barco necesita no solamente de un ancla sino de un timón. Y acerca de este timón habla Santiago diciendo: Santiago 3:4-5 “Mirad también las naves; aunque tan grandes, y llevadas de impetuosos vientos, son gobernadas con un muy pequeño timón por donde el que las gobierna quiere. 5_ Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!” Y en el versículo 2, dice así “Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo.”
Lo que hay en tu boca será para bendición o para destruir tu mismo espíritu.
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